lunes, 11 de mayo de 2015

Madres y Maestros, pilares fundamentales del desarrollo humano y social

Se estima que más de mil 800 millones de personas en el mundo carecen de agua y de éstas, casi mil 200 millones, es decir, el 70 por ciento, son mujeres. En América Latina, 120 millones de mujeres carecen de agua entre una población afectada de 155 millones, según estimaciones de Fragoso, 2004.

La mujer tiene la virtud de procrear a los hijos y, entre sus principales responsabilidades, proveer los alimentos desde el nacimiento hasta muchos años después y cuidar de su salud. Pero también, el abasto del agua, de la leña para las necesidades familiares y contribuir al trabajo del campo en las zonas rurales.

La educación empieza en la casa y es la madre la principal maestra del niño. Y no hay una sola madre que no quiera lo mejor para sus hijos, pero lamentablemente muchas veces no saben cómo proporcionarlo porque en muchos casos su formación es limitada y los recursos, muy escasos.

Si embargo, siempre se las ingenian para resolver los problemas. En cuestión de comida, recuerdo que mi madre, en la Mixteca Poblana, una vez nos preparó el platillo más elemental que he conocido, el chile capón. Agua, chiles secos, limón, sal y tortillas para comerlo. Sólo imagínense todos los ingredientes al mínimo combinados con el agua y la olla a la lumbre. Pero no nos quedamos sin comer.

No había escuela, pero aún con sólo cuarto año de primaria, nos enseñó a trabajar y nos preparó para la vida. Yo entré a la escuela a los siete años de edad. Ahora sé que casi el 90 por ciento de las habilidades humanas se pierden antes de 5 años por falta de estímulos. No había juguetes, juegos, ipad, iphone. El primer radio de transistores llegó cuando yo tenía 9 años, y la primera televisión cuando alcanzaba los 11 años. Las pantallas no se habían inventado.

Lo que haces en los 10 primeros años de vida determina lo que vas a hacer el resto de ella. Allí está la base del éxito o del fracaso. Las experiencias que vives, el trabajo que realizas, los mensajes que la vida te va dando. Muchos aún no los puedes descifrar hasta muchos años después. Y la madre es determinante en esta etapa.

Inmediatamente, como en una carrera de relevos aparece el maestro para continuar con la obra de la madre. Y no le resto mérito a los padres. Aprender a leer, escribir, hacer cuentas, dibujar, conocer la historia y el medio ambiente.

Pero el verdadero maestro no sólo llega a compartir información y cubrir las horas, dejar tarea y ya. El verdadero maestro es aquel que hasta donde su tiempo, vocación, capacidad y responsabilidad se lo permite, se involucra más allá de su obligación formal. Yo tuve varios, pero uno cambio mi vida completamente.

En 1971 Austreberto Rosas Guerrero, maestro de quinto año de primaria en Tecomatlán, Puebla, llamó a mis padres una tarde y les dijo: “No los voy a distraer mucho. Sólo los llame para pedirles que ayuden a este muchacho para que siga estudiando, que no se vaya a quedar aquí”. Yo estuve presente. También orientó a mi padre de cómo hacerle para ello.

Así llegué al Internado General José Amarillas, ubicado en el estado de Tlaxcala, a terminar la primaria. Regresé a mi pueblo y luego le pidieron a mi madre que consiguiera una muchacha para ayudar en las labores domésticas y a cambio le darían escuela secundaria. No tengo una muchacha contestó, pero tengo un muchacho. Y así llegue a Panotla, Tlaxcala, y con la ayuda de varias familias donde viví ayudando en las labores de la casa, terminé la secundaria para después llegar a Chapingo a estudiar la Ingeniería en Agronomía.

En las primeras vacaciones del internado, en diciembre de 1971, mi familia se había cambiado a vivir de Tecomatlán a Tehuitzingo. Fui a visitarlos y cuando terminó el periodo vacacional, ya no quería volver al internado. Es que los extraño -dije. Entonces, mi madre, con una gran sabiduría me dijo: “Me duele más a mí que a ti que te vayas porque yo te tuve. Si quieres quédate, pero sólo nos vamos a estar mirando, fíjate como estamos de pobres. ¡Vete, prepárate y ayúdanos!

En el Día de la Madre y el Día del Maestro, felicito a todas las madres y maestros de Puebla y México, y reconozco el gran papel que desempeñan en el desarrollo de millones de seres humanos.

Gracias a Agueda Merino Córdova y a Austreberto Rosas Guerrero por todas sus enseñanzas.



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